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Bacilo Vacilón

Bacilo Vacilón

Bacilo Vacilón

Soy unicelular, un ser unicelular, pero no uno cualquiera. Sino un chungo de cuidado, la verdad.

Yo antes no era nada, quiero decir que todavía era menos que ahora; que ya resulta difícil, mi función biológica era básicamente nula, me pasaba el día contemplando bacterias en pelotas. En una sola hora, he llegado a contar más de siete millones, por matar el aburrimiento.

En realidad, soy un bacilo, una bacteria vacilona. Un cariotipo de mucho peligro.

Decía que tiempo atrás ejercía de nada, aunque fuera descansado, terminé por hastiarme de tanto curiosear alrededor. Entonces conocí a otros seres, miembros de un grupo de agentes microscópicos. En un principio, despertaron mi recelo, pero después de unas charlas sobre darvinismo, consolidamos una gran amistad.

No como con los protozoos, todo el día de gorra a mi costa; estos bichos apestosos me dieron de pensar, pues por su culpa sentí como un organismo compuesto. Me entraron ganas de joderlos de algún modo, sentí ansias de venganza, ¿Por qué? Porque me tomaron por un primo durante mis primeras incursiones por el ecosistema, chupándome energía a cambio de promesas que jamás cumplieron.

Como siempre había tenido un puntito perverso, probé de introducirme en el mundo del crimen, invitando a insulina a los agentes microscópicos, presentándoles a cromosomas de moral distraída o a simpáticos espermatozoides. Ampliando mi espectro de acción, fui haciéndome un lugar en el mundo de los virus, hasta lograr que me consideraran uno de ellos.

Fue así como me convertí en un infiltrado. Dejándome arrastrar por la infección fácil, el soborno y el chantaje, caí en una trampa del ADN, cuyos agentes especiales en colaboración con los del ARN, orquestando pruebas falsas en mi contra, me obligaron a trabajar para las cadenas del ácido nucleído.

Mi libertad como célula quedó limitada a las órdenes directas del Inspector Ribonucleico, de cuyo contacto dependía mi supervivencia, pues si daba un paso en falso, implicaría mi total desintegración.

Mi primera misión, se basó, fundamentalmente, en escuchar las conversaciones de los virus. Sabía que el Inspector se mantenía a la espera de algo importante, si bien, ignoraba el qué.

Una noche de verano, los agentes microscópicos me llevaron a un local de deglución nocturna, donde bailaban sugerentes cromosomas y corría tanta glucosa como testosterona. Agudizando mis sentidos, logré captar algo sobre un plan de ataque letal, un comando de microscópicos esperaba órdenes para cumplir una misión contra las neuronas. Inmediatamente, me puse en contacto con el Inspector.

– Debes descifrar el anabolismo. Vamos por buen camino, pero es del todo indispensable, saber cuál será la esencia del ataque.

– Si me acerco más, me expondré demasiado.

Tuvimos una pequeña charla en una estación de paso, entre anticuerpos de seguridad camuflados.

– Eres nuestro antagonista, nunca estuvimos tan cerca.

Observé la vanidad en el Inspector Ribonucleico, olvidándose de la relevancia de la misión, anteponiendo sus demonios interiores a la seguridad del estado general.

– Cuando descubran que no soy análogo, me aplastarán como a una atrofia. Necesito garantías.

– ¿De qué hablas? La única garantía con la que cuentas será una transfusión a otro organismo, siempre que cumplas con tu cometido. De lo contrario, no te aplastaré como a una atrofia, yo mismo convertiré tu existencia en un catabolismo.

Por estos lares me movía, filtrándome por vasos capilares, circulando por venas y arterias, investigando moléculas externas. Mi vida se había convertido en una aventura constante, llena de riesgos y peligros. Jugando a dos bandas, la enfermedad y la salud.

– Esperaré tu señal. – Dijo el inspector. – Será la culminación del organismo.

– ¿Se presentará a las próximas erecciones?

– No seas impertinente. Son asuntos de estado crítico.

– Disculpe, debí entender onanismo en lugar de organismo, Soy muy torpe con el vocabulario biológico.

– Desaparece de mi vista, jodido parásito ultra perverso.

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Vivir más pero no Mejor

Vivir más no implica vivir mejor

Vivir más no implica vivir mejor

Esperanzadoras noticias para el ser humano. La comunidad científica, la comunidad mediática o la comunidad médica, han acordado que los retoños nacidos a partir del año 2000 podrán alcanzar los cien veranos.

Una alegría desmesurada, la gente no habla de otra cosa. Después de oír las cifras mareantes sobre la crisis, saber que los gobiernos invierten en salud, es gratificante.

Tenemos explotación infantil, sexual, laboral, guerras, violaciones, enfermedades incurables, hambruna, etc. En el mejor de los casos, en el primer mundo, ancianos abandonados en las gasolineras, encerrados en asilos penosos, presos de la soledad y el olvido. Y un sinfín de historias tristemente deshumanizadas.

Quizás lo más duro sea el sufrimiento durante las largas enfermedades, sin tratamientos específicos para el dolor, sin lugares específicos para estos casos, sin terapias ni planes específicos para el futuro de dichas personas.

En ciertos hospitales existen salas de P.S. (Problema Social). Antaño tuve el honor de compartir habitación con uno de ellos. Un viejito que vivía solo en un pisito lleno de humedades, de un edificio sin ascensor y en un barrio marginal. El protocolo es, una vez decidida su falta de autonomía, derivarlo a un centro asistencial para ancianos. El viejito tenía una hermana viejita por toda familia. A ésta, que venía todos los días a verle, el gobierno le quitó la mitad de su pensión como pago por la manutención para su hermano viejito. Además de separarlos, la pobre viejita quedó más pobre aún.

Al viejito lo trasladaron en una ambulancia a 80 kilómetros de su antigua cueva, a la hermana ir a verle le costaría fatiga y dinero. El vínculo quebró por imposición de bienestar social.

Todos conocemos casos similares (Bueno, hay gente que cree que esto no pasa), podría pasarme el día haciendo una recalificación por países, colores y culturas. Porque en todos lados cuecen habas.

¿Cien años? Tengo una pregunta. Dada la avidez de los mercados bursátiles y la ilógica matemática por el producto ¿Podría poner a la venta algunos de mis años?

Ni en Macondo quisiera yo vivir cien años. Que les pregunten a los vampiros que opinan sobre la inmortalidad que hasta un tal Borges se pronunció al respecto.

En resumen, se invierte en vivir más pero no mejor. Así dispondremos de más tiempo para sufrir las enfermedades más atroces (Alzheimer, cáncer, sida, etc.), acomodados en sillas móviles con grandes botones numerados, alimentados por sueros y cucharaditas de papillas, ataviados con pañales, viendo con vertiginoso pánico como nuestros genéticamente sanos bisnietos juegan a vivir.

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Los Pobres que nos enseñan a Vivir

Los pobres que nos enseñan a vivir

Los pobres que nos enseñan a vivir

Existen sectores sociales que se manifiestan contra la desigualdad, el racismo, la pobreza. Enfoques antisistema, antiglobalización, etc. Se especula sobre el hambre del tercer mundo, las enfermedades ó la contaminación. Sobre energía renovable, drogas y sida. Personajes notorios debaten los capítulos postreros de la humanidad a través de los medios.

Pues entonces, también nosotros opinaremos desde nuestra humilde condición. Sentado en la escalera del edificio, además de imprimir unas letras, vigilo a Walid, Marquitos, Eloy y Alex, el primero es hijo de un supuesto terrorista, el segundo perdió a su padre de leucemia hace pocos meses, el tercero va por libre durante todo el día y el cuarto es el mío.

Pulula por el barrio un anormal al que le gustan los niños. Los hijos de los camellos que pasan por delante de nuestro edificio suelen amenazar o robar a los críos de su misma edad, los segundos se diferencian del resto por lucir las orejas adornadas con pendientes y los colgantes de oro.

En la esquina hay un bar, punto de reunión de trabajadores y alcohólicos, además de los adolescentes de la calle, quienes venden la droga de sus padres para, a cambio, sacar para ellos. Cuando no, hay reyertas a gritos o el dueño ejerce la violencia de género contra la madre de su vástagos.

Niños de la Calle

Niños de la Calle

Saludo a los negros africanos que suben y bajan, a los rumanos que pierden las balas cuando limpian las armas en el balcón, evidentemente después no piden por ellas. Es a razón del calor que hace en el interior de los pisos que la comunidad asoma. Las mujeres árabes, cocidas por la temperatura a causa de sus ropas, se pasan el día hablando en los rellanos, callando como putas en cuaresma al paso de cualquier vecino. Contrastando con las risas de los negros, sinceras y fuertes, detrás de las puertas.

Con todo ello, no les quito el ojo de encima a los niños, con el balón a patadas arriba y abajo, con el mundo adulto recriminándolos por hacer esto y lo otro, por jugar aquí y no allá. Cuidado con la pelota niño, les gritan los camellos borrachos del bar, apestando el aire con su aliento. Les regañan los viejos temerosos de recibir un pelotazo. Les grito yo para que no se alejen de lo malo conocido.

El hijo mayor de la abuela del cuarto lleva un equipo de fútbol de alevines, Lucía, del tercero primera, que perdió al padre en un accidente de helicóptero hace apenas un par de años, me explica que después de trabajar de cooperante tres veranos seguidos en Paraguay, adopta a un niño de allá. María, la rubia teñida del quinto, de la cual hacía tiempo que no sabía, me informa de las novedades en la vida de su hermano, condenado a morir en una silla de ruedas a causa de una rara enfermedad degenerativa, también dice, con una hermosa alegría, haber logrado un trabajo en la prisión de Cuatre Camins, como auxiliar de psicóloga.

El africano del segundo me da las gracias por no sé que historia, le respondo que desconfíe de los blancos. Se ríe.

Aquí nadie se queja del racismo, ni de las guerras ni del hambre, es más, si le nombras a cualquiera la crisis económica, contemplará tu perplejidad sonriente.

Es un fenómeno solidario, discreto y tácito, cuyas directrices son desdramatizar la realidad, a través de las historias cotidianas más humanas y simples. Una estrategia para volcar lo positivo, para contagiar la fórmula y el efecto.

Los pobres que nos enseñan a vivir

Los pobres que nos enseñan a vivir

Los pobres que nos enseñan a vivir

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